Comentario
En Perú, el coronel Luis Sánchez Cerro, un cholo o mestizo, después del pronunciamiento de Arequipa encabezó el golpe que en agosto de 1930 acabó con la dictadura de Leguía. Las elecciones presidenciales de octubre de 1931 tuvieron como principales protagonistas al APRA, reforzado como partido de masas después de la caída de Leguía y a Sánchez Cerro, que tenía el apoyo de los sectores tradicionales opuestos a Haya de la Torre y al aprismo. El APRA sólo venció en el Norte y apenas pudo consolidarse en el Sur; en Lima, ganó en el Cercado pero perdió en las zonas rurales. En la sierra, con una fuerte presencia indígena y controlada socialmente por los gamonales, la política innovadora del APRA, y sus consignas indigenistas, eran mal vistas por los sectores dominantes y con indiferencia por los indios.
Al asumir el gobierno, Sánchez Cerro logró que el Congreso aprobara la ley de Emergencia, que le permitía gobernar con métodos de excepción en defensa del orden público y la paz social, aunque se violaran de forma sistemática los derechos individuales. La dura represión contra el APRA, que acabó con su líder en la cárcel, lanzó al partido de Haya a la insurrección, comenzada en Trujillo, uno de sus principales feudos. Tras la toma de la guarnición local, se libró un sangriento combate con miles de víctimas, que propicio el odio eterno del ejército peruano hacia el APRA. Desde entonces los militares vetaron su participación en el gobierno, veto que sólo se levantó después de la victoria de Allan García en 1985. El asesinato de Sánchez Cerro por un simpatizante aprista en 1933 aplazó la solución de la participación política del APRA.
El Congreso eligió para completar el mandato de Sánchez Cerro al mariscal Oscar Benavides, aliado militar del civilismo durante la república oligárquica y comandante en jefe del ejército. Pese a su política de "apacipamiento y concordia", que buscó recuperar la normalidad y sacó de la cárcel a Haya y a numerosos militantes apristas, el APRA permaneció en la ilegalidad. Las elecciones de 1936 las ganó Luis Antonio Egtziguren, un candidato independiente apoyado por Haya de la Torre, lo que planteó un serio problema político al equipo gobernante, al ejército y a las fuerzas políticas tradicionales, que dejaron de ver en las urnas la mejor garantía para el funcionamiento del sistema. Las elecciones se anularon y Benavides, cuyo mandato se prorrogó hasta 1939, gobernó bajo el lema de "orden, paz y trabajo" y desarrolló posturas claramente fascistas, reforzadas por una ideología de derechas e hispanista, que se oponía al indigenismo desarrollado en la década anterior, como una forma de oposición al régimen.
El sucesor de Benavides fue Manuel Prado, un banquero europeizante, elegido en 1939 sin el apoyo, pero sin la oposición, del APRA. Su prestigio aumentó tras la victoria peruana sobre Ecuador en una guerra no declarada sobre cuestiones limítrofes. El apoyo al presidente se generalizó dada la postura del gobierno favorable a los Estados Unidos en la Guerra Mundial y alcanzó al APRA y al Partido Comunista, que consideró a Prado como el Stalin peruano, por su capacidad de conformar un frente antifascista. El APRA adoptó la fachada legal de Partido del Pueblo y constituyó un Frente Democrático triunfador en las elecciones de 1945, que también obtuvo la mayoría del Congreso. El presidente electo fue José Luis Bustamante y Rivero, un abogado arequipeño de influencias socialcristianas. El ejército y los partidos tradicionales mantenían sus reservas contra el aprismo, que se expresarían en un nuevo golpe de estado. La experiencia democratizadora tuvo que afrontar importantes problemas, como la agudización del movimiento huelguístico, especialmente en las haciendas de la costa norte y el empate político entre el aprismo y sus rivales. Mientras los primeros controlaban el Parlamento, los segundos dominaban el aparato militar, el mundo económico y financiero y los medios de comunicación. Bustamante intentó mantener una política de equilibrio frente a las presiones del APRA que le recordaba el apoyo a su elección. En 1948 el APRA impulsó una nueva insurrección con apoyo de la marina, que estalló en el puerto de El Callao, y fue reprimida por el ejército de tierra. Bustamante ilegalizó nuevamente al APRA, pero no modificó su política económica para ganarse el apoyo del sector exportador. Un golpe militar en noviembre de 1948 llevó a la presidencia al general Manuel Odría.
El gobierno militar reprimió al aprismo y al Partido Comunista y se negó a reconocer el derecho de asilo de Haya; refugiado durante años en la embajada colombiana en Lima. La nueva alianza entre los militares y el sector exportador, que posibilitó la apertura de la economía peruana, infrecuente en un continente proteccionista, le permitió al país crecer a buen ritmo hasta 1955, bajo los efectos beneficiosos de la guerra de Corea. Odría tomó algunos elementos del populismo peronista: concedió el voto femenino e intentó atraer a los habitantes de los "pueblos jóvenes", las poblaciones marginales que rodeaban Lima. En esta operación de ampliación de la base electoral, su esposa, María Delgado de Odría jugó un papel relevante. La oligarquía, aliada a Odría, no veía con entusiasmo estas concesiones populistas.
Haya fue moderando su estilo y la línea política partidaria, tan proclive a la insurrección armada, y se mostró favorable a la convivencia con ciertos sectores de los partidos pro-oligárquicos. Su enfrentamiento con los comunistas lo llevó a acercar sus posiciones a la de los Estados Unidos. En las elecciones de 1956 triunfó Manuel Prado, con el apoyo del APRA. Su gestión económica continuó los derroteros marcados por Odría y las exportaciones de harina de pescado sostuvieron el crecimiento del país. La moderación electoral tuvo un alto precio para el APRA, que perdió Lima y vio su hegemonía reducida a su tradicional feudo norteño. En el seno del partido aparecieron fuertes tensiones políticas e ideológicas, entre quienes buscaban la pureza de los postulados originales de Haya, incluida su raíz leninista, y los que se movían hacia el posibilismo y la moderación. Esta situación se agravó por las repercusiones de la Revolución Cubana.
En Bolivia, la Gran Depresión y la derrota de la guerra del Chaco tuvieron efectos profundos. La posición boliviana en el mercado mundial del estaño se había deteriorado y el presidente Daniel Salamanca fue a la guerra esperando distraer al país de sus graves problemas. Tras la derrota, con sus 80.000 muertos, se produjo un golpe en 1936, favorable al socialismo militar, encabezado por el general José David Toro, que sería sucedido por el coronel Germán Busch. Se abría un período de diez años de inestabilidad política, con algunas reformas económicas y sociales, como la nacionalización de los pozos petroleros. En 1938 Busch convocó a una Asamblea Constituyente, dominada por los izquierdistas pero que elaboró un producto moderado. Tras el suicidio de Busch en 1939, que había roto de forma alternativa con la izquierda y con la derecha, el ejército se inclinó por los partidos tradicionales y permitió el acceso del general Enrique Peñaranda al poder.
La oposición, con nuevos actores políticos, se hizo más activa. El Partido Comunista (PCB) se presentó a las elecciones en el Frente de Izquierda, que obtuvo el 20 por 100 de los votos. En la región minera destacaba el trotskista Partido Obrero Boliviano (POR). En 1941 se creó el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), que unía posturas de distinto signo, desde las apristas a otras más ortodoxamente marxistas e inclusive algunas pro nazis. El prestigio de sus líderes, entre los que destacaba Víctor Paz Estenssoro, posibilitó una gran implantación en los sectores medios. La ocupación japonesa de vastos territorios asiáticos convirtió a Bolivia en el único proveedor de estaño a los aliados, pero el gobierno se negó a aumentar su precio. La tensión aumentó en la región minera por los bajos salarios, lo que condujo a una gran huelga en 1942, duramente reprimida por el ejército, siendo la masacre de Catavi un ejemplo de barbarie. En 1943 un nuevo golpe condujo a la presidencia al mayor Gualberto Villarroel, con el apoyo del MNR y del POR, que incorporó a su gobierno a Paz Estenssoro como ministro de Hacienda. La posterior exclusión de los ministros del MNR y la represión sobre los líderes de la izquierda culminó con una fuerte huelga en 1946 y con el asesinato a manos de las masas de Villarroel. La unión del MNR y de los líderes mineros, entre ellos Juan Lechín, se disponía a ocupar el gobierno.
En 1946 se derrumbó el régimen militar nacionalista. Las fuerzas tradicionales y la oligarquía junto al PCB, que participó activamente en el derrocamiento de Villarroel, aparecían con buenas perspectivas, pero el frente liberal-comunista fue derrotado por una coalición antiliberal. El descontento y la mala situación económica favorecieron el resurgir del MNR. Las elecciones de 1951 fueron ganadas por Paz Estenssoro, con el apoyo del POR y de Lechín, que no obtuvo la mayoría absoluta. La fragilidad institucional favoreció un nuevo golpe y el general Hugo Ballivián se hizo con el poder. Una sublevación civil, apoyada en las zonas mineras, derrotó a los militares y controló la capital. En abril de 1952 Paz Estenssoro recuperó la presidencia. Entre sus primeras reformas figuraron la extensión del sufragio a los analfabetos y la nacionalización del estaño. La ampliación de la base electoral se buscó a través de la reforma agraria. Las posturas más pro-oligárquicas fueron defendidas por la Falange Socialista Boliviana, de influencias fascistas. En 1956 Hernán Siles Suazo reemplazó a Paz Estenssoro y dio un tono más pragmático a su gobierno. Y si bien estabilizó la economía, no respondió a los retos de la acelerada urbanización ni a los problemas generados por una minería de estaño en plena decadencia. En 1960 retornó Paz Estenssoro a la presidencia, esta vez acompañado por el dirigente minero Juan Lechín.
En Ecuador, desde Guayaquil emergió la figura de José María Velasco Ibarra, que hasta 1972 ocupó un lugar destacado en la escena política ecuatoriana. De origen liberal, impuso su estilo autoritario cuando llegó al poder por primera vez en 1930. Su dictadura posterior, sin apoyo militar, provocó una gran inestabilidad y la alternancia de gobiernos civiles y militares, ya que entre 1931 y 1945 Ecuador tuvo catorce presidentes. La derrota ante Perú en 1941 desacreditó enormemente al ejército frente a la población. Ecuador también vivió la oleada democratizadora que barrió el continente tras la Segunda Guerra. En 1944 Velasco Ibarra recuperó el poder, con el apoyo de un frente de liberales disidentes, socialistas y comunistas, pero una vez en el gobierno rompió con sus aliados e imprimió un giro autoritario a su gestión. El ejército dio un golpe que colocó en el gobierno a Galo Plaza, un rico integrante de la oligarquía costeña y ex alto funcionario de la United Fruit. La presencia de la compañía se incrementó en el país durante su mandato y controló la exportación de plátanos.
En las elecciones presidenciales de 1952 volvió a ganar Velasco y la herencia peronista de su exilio argentino lo mostró contrario al liberalismo y deseoso de ser el portavoz de las masas urbanas. Tras la victoria rompió una vez más con sus apoyos y renació su autoritarismo. La división del Partido Conservador le permitió completar su mandato. En 1956, el conservador Camilo Ponce ganó las elecciones, pero cuatro años más tarde Velasco Ibarra volvía a ocupar su puesto, del que sería depuesto por un nuevo golpe en 1961. Entre 1968 y 1972 estaría nuevamente al frente de su país.
En Colombia, en 1930 se produjo una escisión en las filas conservadoras, que sumada a la crisis económica llevó a la presidencia al liberal Alfonso López Pumarejo, quien se preocupó por ampliar la base electoral de su partido y favoreció los esfuerzos de algunas organizaciones liberales y de los comunistas por estructurar el movimiento sindical. También intentó ganar a parte de los campesinos propietarios, haciendo más transparentes los derechos de propiedad sobre las explotaciones agrícolas. El liberalismo negoció directamente con el Vaticano las diferencias que lo habían enemistado con la Iglesia y logró la separación entre la Iglesia y el Estado. Algunos logros comenzaron a ser cuestionados como demasiado radicales por el ala más derechista del Partido Liberal. La fracción izquierdista se nucleó en torno a Jorge Eliécer Gaitán, un caudillo de fuerte arraigo popular y no demasiado sensible a la disciplina partidaria. El candidato liberal para las elecciones de 1938 fue Eduardo Santos, representante del ala conservadora. Su gobierno tuvo que hacer frente a una coyuntura poco favorable para el progreso del país, al desaparecer las condiciones que habían posibilitado la recuperación tras la crisis.
En 1942 el liberalismo abandonó sus diferencias internas y apoyó la reelección de Alfonso López Pumarejo. Su principal consigna era el apoyo a los aliados frente al Eje, en contra de los conservadores, hostiles a esos planteamientos. Su popularidad le permitió abortar un golpe militar en 1943, pero no evitar la división del partido en 1946. Frente a la candidatura progresista de Gaitán, la fracción conservadora opuso la de Gabriel Turbay. La división liberal permitió a los conservadores recuperar el gobierno, gracias al tirón electoral de Mariano Ospina Pérez en las elecciones de 1946. Ospina recompuso las redes del poder conservador debilitadas tras veinticinco años de gobiernos liberales, valiéndose de métodos poco ortodoxos. En este movimiento, Laureano Gómez, líder de la fracción más radical, se hizo con la jefatura del partido buscando la presidencia en 1950. En el campo liberal Jorge Eliécer Gaitán se consolidó como un gran caudillo, con respaldo popular. Su asesinato, mientras se celebraba una conferencia de la OEA, originó el bogotazo, la mayor protesta urbana de América. Ospina intentó calmar a los liberales incluyéndolos en su gabinete, pero pasada la crisis volvió a apoyar la ofensiva conservadora en el medio rural, lo que alejó a los liberales del gobierno. La violencia se adueñó de vastas regiones colombianas y en algunas se hicieron fuertes las guerrillas liberales. El gobierno de Laureano Gómez, a partir de 1950, sólo agravó las cosas. El franquismo era un modelo a seguir, y la persecución y la represión alcanzaron no sólo a los sindicatos y al Partido Comunista, sino también a los liberales y a las misiones protestantes, de origen mayoritariamente norteamericano.
El ejército, temeroso del descontrol de la situación, dio un golpe, celebrado por los liberales, que llevó al poder al general Gustavo Rojas Pinilla, partidario de un conservadurismo moderado. Pronto quedó claro que el general no había llegado para facilitar la transición a la democracia, sino que intentaba perpetuarse en el poder, y para ello pensaba aglutinar a sectores de los dos partidos tradicionales en un movimiento populista, con influencias peronistas. Los partidos tradicionales que en 1954 habían accedido a que fuera presidente constitucional, se resistieron a su reelección en 1958. Ante la insistencia de Rojas Pinilla por mantenerse en el poder, el líder liberal, Alberto Lleras Camargo, se entrevistó con Laureano Gómez en su exilio español y firmaron el Pacto Nacional para restaurar la democracia sobre la base de la alternancia en el gobierno durante dieciséis años, dividiendo por mitades los organismos colegiados. El pacto fue apoyado por la iglesia y una huelga general le otorgó un gran respaldo popular. Los patronos hicieron lo mismo un generalizado "lock-out" y el ejército, tras enviar al exilio a Rojas Pinilla, se sumó al acuerdo. El candidato del Pacto Nacional enfrentó una difícil situación económica, al finalizar la bonanza cafetalera. Al mismo tiempo, el Pacto dejó fuera a importantes grupos sociales, que pronto iban a manifestar su descontento ante la falta de juego político. La izquierda, comenzó a expresar a estos grupos, que hasta entonces apenas se habían manifestado en el país, algunos de los cuales tomaron el camino de la lucha armada.
Gracias al petróleo, Venezuela atravesó la crisis económica con menos problemas que otros países y Gómez continuó gobernando hasta su muerte en 1935. Sus sucesores, los generales Eleazar López Contreras (1935-1941) e Isaías Medina Angarita (1941-1945), siguieron con la práctica del fraude, pero abrieron la mano en lo tocante a las libertades públicas. La dura represión de las protestas estudiantiles de 1929 sentaron las bases de una nueva oposición, que tomaría el relevo después de un período de transición. El Partido Comunista, muy perseguido en el pasado, impulsó una campaña de afiliación sindical. Más importante fue el surgimiento del Partido Democrático Nacional, surgido de una disidencia en la izquierda y que luego devendría en Acción Democrática (Adeco), uno de los pilares del actual sistema de partidos venezolano y con un ideario definible como social-demócrata.
Un sector del ejército, ante la tímida apertura de Medina Angarita, quiso imponer a López Contreras, pero un grupo de oficiales jóvenes entregó el poder en 1945 a una junta cívico-militar, encabezada por Rómulo Betancourt, fundador y jefe de Adeco. Su gobierno amplió las funciones asistenciales del Estado y reformó la legislación laboral y de previsión social, para favorecer a los sectores populares. En 1947 se eligió presidente a Rómulo Gallegos que contaba con una importante mayoría. El avance de Adeco atemorizó a los partidos tradicionales y a los intereses petroleros y al año siguiente se produjo un golpe militar encabezado por Carlos Delgado Chalbaud, el líder del golpe de 1945, con el beneplácito del Departamento de Estado norteamericano. Su gobierno ilegalizó al Partido Comunista y también a Acción Democrática.
Tras la muerte de Delgado, el coronel Marcos Pérez Jiménez intentó consolidarse como presidente a través de las urnas. Pero al no contar con el apoyo de los partidos tradicionales recurrió al fraude para ganar las elecciones y se mantuvo en el poder mediante una dura represión. Al tiempo, los ingresos del petróleo permitieron una expansión sin precedentes. Desde su exilio en Puerto Rico, Betancourt moderó la línea política de Adeco, convencido de que la transformación revolucionaria era imposible. La competencia del petróleo árabe atenuó el clima de prosperidad que se vivía y junto al descontento popular convencieron a los militares de que había llegado el momento de normalizar el sistema político. En enero de 1958 un nuevo golpe desalojó al dictador y convocó a elecciones; gracias al voto rural Betancourt fue elegido en contra del candidato militar, el almirante Wolfang Larrazábal, que tenía el apoyo comunista y se presentaba con algunas consignas antinorteamericanas, a la vez que acusaba a Betancourt de ser el candidato de Washington.